Sonríe o muere: una crítica del pensamiento positivo.
Con el atrevido título de "Smile or Die: How positivie thinking has fooled America" (traducido como "Sonríe o Muere: la trampa del pensamiento positivo"), Barbara Ehrenreich ataca en su libro uno de los pilares de la forma de pensamiento predominante en el mundo occidental: el pensamiento positivo. ¿Qué es el pensamiento positivo? La propia Barbara lo explica magistralmente en el vídeo que sirve de cabecera a esta entrada. Se trata de una forma de pensamiento según la cual la mente adquiere poder sobre la materia y es capaz de manipular la realidad para lograr obtener aquello que deseamos.
Tal y como la autora señala en el libro, se encuentra firmemente anclado en el concepto antropológico llamado la "ley de atracción", que es la base de un gran número de cultos animistas, pero también se encuentra presente en las religiones más consolidadas. La idea que nuestros antepasados evolutivos se forjaron es que lo parecido atrae a lo parecido. En las cavernas donde vivían los cromañones que poblaron Europa, los antropólogos encontraron pinturas ruprestres mostrando cacerías, hombres con grandes falos erectos y mujeres embarazadas: lo que querían los cromañones no es muy diferente a lo que supuestamente ofrecen los libros de autoayuda modernos; es decir, una vida de abundancia, una salud sexual plena y una pareja estable con la que formar una familia. El hecho es que ambos se sustentan en la misma idea: que podemos lograr aquello que deseamos mediante la concentración de la mente a través símbolos que lo representan. Si alguna vez habéis oído que "el dinero atrae al dinero", estáis ante una manifestación de la misma ley de atracción que llevaba a los cromañones a pintar en sus cuevas, a los paleocristianos a usar el pez como su símbolo cuando eran perseguidos (dado que uno de los milagros atribuidos a Jesucristo fue la mutiplicación de los panes y los peces en las Bodas de Caná, junto con la circunstancia de que las palabras "Cristo" y "pez" en griego antiguo son parecidas fonéticamente), o a los oradores motivacionales a aconsejar no llevar nunca la billetera vacía o a "visualizar" el éxito, o el empleo perfecto, o la casa de tus sueños mediante diversos ejercicios que no resultan muy distintos de la magia simpática en cuanto a sus métodos.
El nacimiento del pensamiento positivo moderno (se podría discutir acerca de los orígenes antropológicos, pero eso lo dejo tal vez para otra ocasión) está según la autora en la llamada Escuela del Nuevo Pensamiento, una escuela filosófica que pretendía oponerse a la ética calvinista que pesaba sobre los colonos que se independizaron del Imperio Británico para crear los Estados Unidos de América. Si pudiéramos resumir la ideología calvinista en una frase, sería que "el mundo es un valle de lágrimas". Para los calvinistas, cualquier clase de gozo es pecado, y tan sólo existe el trabajo como forma de redimirse ante Dios. Desde luego, los primeros colonos llegaron a una tierra vacía y hostil y sin duda tenían mucho trabajo por delante para convertirla en un lugar habitable en la misma medida que su Inglaterra originaria. No obstante, pasado el tiempo, aunque los americanos fueron abandonando el calvinismo progresivamente, esa ética permaneció incluso llegado un momento, en el siglo XIX en el cual EEUU tenía un nivel de progreso comparable a cualquier otra de las naciones europeas de las que procedían los colonos originarios. Los fundadores del Nuevo Pensamiento creían en todo lo contrario a los calvinistas: que la vida estaba llena de oportunidades y que bastaba concentrarse en ello para lograr una vida de abundancia.
Esto condujo posteriormente, y especialmente a consecuencia de la Gran Depresión a orientar a los seguidores de esta corriente de pensamiento a predicar que la riqueza estaba al alcance de cualquiera, tan solo a través del pensamiento. Fue el nacimiento del "pensamiento positivo". Esto fue el fundamento de los libros de autoayuda, que siguió a la creación de toda una industria cuando los medios de comunicación de masas se hicieron populares. Si a esto le sumamos la llegada de la época dorada del liberalismo económico, encontramos la receta de la expansión del pensamiento positivo en la ciudadanía de EEUU (y en menor medida, de Europa). Los empresarios encontraron una forma de lograr mejores resultados en sus emprendimientos (de acuerdo con los gurús del pensamiento positivo, claro está): "motivar" a sus empleados. El coaching se convirtió en ubicuo en el mundo de la empresa en poco tiempo. Si el empresario reducía los salarios y despedía personal para aumentar sus beneficios, y los empleados no estaban contentos con ello, la culpa era de éstos por no "concentrarse en el éxito". Los ejecutivos distribuían copias de libros de autoayuda e invitaban a los oradores motivacionales a dar conferencias a los empleados. Por supuesto, leer esos libros y atender a esas conferencias y, en definitiva, seguir los predicados de esos oradores no era algo opcional. Poco a poco, las decisiones ejecutivas se basaron más en los instintos y menos en la racionalidad. Los empresarios de más éxito fueron aquellos que se basaban en corazonadas y arriesgaban más que los demás. Aunque se pueden citar muchos ejemplos, las películas "El lobo de Wall Street" y "Jobs" muestran ejemplos patentes de esta clase de liderazgo.
Sin embargo, el pensamiento positivo no se limitó al mundo de la empresa. La autora sigue el recorrido histórico y transversal del pensamiento positivo: desde el principio se enraizó con la religión hasta transformar ésta en una forma de empresa, al mismo tiempo que los ejecutivos de las empresas hacían ejercicios de meditación y caminatas espirituales, pasando a ser una suerte de líderes espirituales para sus empleados. Fue el nacimiento de las megaiglesias y los telepredicadores en EEUU, pero que pronto se extendieron por todo el mundo: baste el ejemplo de la Iglesia de la Cienciología o de Pare de Sufrir (hoy rebautizada como Iglesia de Cristo Universal). Incluso en la Iglesia Católica tuvo su impacto: San Jose María de Escrivá de Balaguer, fundador el Opus Dei (lo más parecido al calvinismo dentro del catolicismo), dijo "cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra". El mismo Papa Juan XXIII llegó a decir "sólo por hoy seré feliz, en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también." Incluso las religiones orientales tuvieron sus propios gurús del pensamiento positivo, como Deepak Chopra (sobre el cual Barbara Ehrenreich dedica unos pasajes a desmontar su teoría de la "curación cuántica") o Indra Devi.
También afectó a la política (basta ver que el logo de campaña de Barack Obama en 2008 fue "Yes we can", "Sí que podemos"), donde varios asesores presidenciales de los EEUU en varias administraciones fueron despedidos por "derrotistas" al tratar de infundir cierto realismo en las decisiones políticas. En Europa, tras la crisis financiera global (a la que la autora dedica un capítulo completo), los políticos insistieron con mensajes como "el pesimismo no crea puestos de trabajo" (J. L. Zapatero), o que "Hemos trabajado mucho, mucho, pero mucho más que todos los otros gobiernos... Sólo Napoleón había hecho más..." (Sivio Berlusconi). Sin embargo, el mensaje también era ominoso: los europeos (del sur) habían vivido "por encima de sus posibilidades". Tal y como cita la autora, la culpa de quienes se endeudaron demasiado fue tanto de aquellos que motivados por el pensamiento positivo pensaron que se merecían todo aquello que compraban (a crédito) como aquellos que les concedieron esos créditos. Por supuesto, los bancos sufrieron mucho menos el castigo que los ciudadanos cuando llegó la hora de ajustar cuentas. Lehman Brothers, el banco que dio origen a la bola de nieve que se convirtió en avalancha en los mercados, estaba dirigido por un firme creyente en el pensamiento positivo, Joe Gregory, pero no era el único. Mientras que los bancos estaba dirigidos por gente como Gregory, que prefería hacer caso a su intuición que a los informes, la Reserva Federal de los EE.UU estaba dirigida por Alan Greenspan, para el cual poner coto a la especulación financiera era "atentar contra las libertades democráticas". En Europa, las cosas no eran muy diferentes, ya que un ex-banquero en su día acusado de fraude contable, Jean-Claude Trichet, presidía el Banco Central Europeo. Para Trichet, la máquina de imprimir billetes tampoco tenía límite, tal y como quedó claro cuando dijo que "no hay un problema de liquidez en el sector bancario. Podemos proveer de liquidez ilimitada", al mismo tiempo que bancos españoles, italianos, griegos e irlandeses necesitaron ser rescatados por sus Estados para evitar la quiebra.
Sin embargo, ya mucho antes afectó también a la política fuera del mundo occidental: en la Unión Soviética, cualquier insinuación acerca de la posbilidad de derrota del comunismo en sus objetivos se observaba como una forma de disensión que a menudo suponía la persecución política. El arte soviético era por obligación, positivo y triunfalista, ya que no podía haber duda sobre el triunfo final de la revolución comunista. Incluso en países como Irán, antes de la revolución de 1979, cualquier insinuación de que el gobierno del Sha no hacía felices a todos los habitantes era tomado como insidioso y por tanto reprimido hasta el punto de prohibir cualquier publicación con la palabra "tristeza" referida al país.
El impacto del pensamiento positivo es muy fuerte en EEUU, donde la autora se centra, pero se extiende ya a todo el mundo. A modo de ejemplo; recientemente el periodista británico John Carlin publicaba una columna en el diario El País, donde trataba de explicar cómo Paraguay se había colado en la última encuesta de la consultora Gallup como el país más feliz del mundo por encima de Suiza y los países nórdicos, a pesar de estar entre los más pobres, injustos y corruptos del planeta. La principal razón que Carlin encuentra, según sus palabras es que "con la mirada puesta en la imaginaria tierra sin mal, muchos se niegan a ver el mal real que les rodea." La "tierra sin mal" es como denominan los guaraníes a un hipotético paraíso, en el cual habitan. Aunque para las tribus guaraníes primitivas, la abundancia de recursos naturales de Paraguay satisfaciera todas sus necesidades y los motivara a concebir este lugar como el paraíso terrenal, en el mundo actual es difícil entender cómo un país cuya democracia es de dudosa salud, así como la justicia social, pueda ser el país más feliz del mundo sin abundantes dosis de escapismo de la realidad por parte de sus habitantes.
El pensamiento positivo es, tal y como Barbara Ehrenreich señala en su magistral obra, una negación de la realidad. Constituye una forma de pensamiento en la cual uno debe ejercer un esfuerzo constante de autocensura para mantener una fantasía que, cuando se derrumba, produce en realidad la mayor de las infelicidades. Es incluso una negación del instinto de supervivencia más básico, que reside en la desconfianza y el escepticismo. Ni qué decir, que el pensamiento positivo constituye una negación absoluta del método científico, que se basa en la duda. Si hemos desarrollado todos los adelantos tecnológicos que tenemos es porque alguien ha puesto en duda algo que toda la comunidad daba por sentado, sea que la Tierra sea plana, que el hombre haya sido creado por Dios o que no existe vida invisible al ojo humano. Además, se trata de un ejercicio de reprogramación mental que requiere un esfuerzo continuo. En cierta medida, es parecido al "doblepensamiento" que concebía George Orwell en su obra 1984:
Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad.
Este ejercicio tiene su precio a la mente de quienes lo ejercen. El momento en que los pensadores positivos ven que no obtienen aquello que desean simplemente con pensarlo, se fustigan en la frustración de un modo muy similar a los colonos calvinistas de Norteamérica cuando sin poder evitarlo, buscaban la felicidad en la vida. Tal y como dice el periodista argentino Ricardo Coler, autor del libro "Felicidad obligatoria", en una columna en Clarín:
Los padres o las parejas constantemente contentos dan un poco de vergüenza. Es como si vivieran en otro mundo. La felicidad no es el éxito ni el goce permanente ni un estado de ensueño. Sentirse pleno todo el tiempo es insoportable.
En conclusión, se trata de un libro muy recomendado que ayuda al lector a comprender hasta qué punto la civilización se halla presa de una histeria colectiva de positivismo, que la está llevando al desastre. Constituye además una llamada a la recuperación del escepticismo y del criticismo sano, que son los motores del progreso, mientras que el pensamiento positivo constituye una forma de garantizar el inmovilismo social que favorece a las élites y reprime a los ciudadanos de una forma que ya Aldous Huxley previó en su obra "Un Mundo Feliz", tal y como he comentado aquí. De nosotros depende detener el avance de esta forma de pensamiento y de ser críticos y escépticos con lo que nos rodea. Es la única forma en la que lograremos que nuestra sociedad siga avanzando.