El concepto de trascendencia, como muchos otros en la ciencia-ficción, procede de la filosofía. Agustín de Hipona hizo la primera referencia conocida del término, al hablar de los platónicos diciendo que «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios». El término se opone a la inmanencia en el sentido de que ésta implica que un cuerpo está cerrado en sí mismo de forma inmutable, y la trascendencia implica que un cuerpo mute para tener una nueva forma más elevada o evolucionada. En filosofía se ha usado con el fin de discutir acerca de la posibilidad del ser humano de abandonar su forma física o mortal y pasar a una forma espiritual o inmortal.
En la ciencia-ficción, este concepto se ha recogido y reutilizado para redefinir esa mutación en términos científicos, mediante el paso del cuerpo mortal a una forma inmaterial contenida en una máquina que, con debido mantenimiento, otorgue una suerte de inmortalidad. La obra más reciente en reflejarlo es la película Trascendence, que trata este mismo tema. Sin embargo, el reciente filme de Neil Blomkamp Chappie también refleja esta idea de forma colateral. Ambas son herederas de una larga tradición de ciencia-ficción, que se remonta en cierta medida hasta el Frankenstein de Mary Shelley.
Por supuesto, aunque estamos lejos de conseguir ese objetivo, no es tanto como se podría imaginar. Esta semana se publicaba la noticia de que se había logrado replicar la totalidad de las conexiones neuronales del gusano Caenorhabditis elegans en un robot construido con piezas de Lego. Todos los órganos sensoriales del gusano están replicados en el robot, de forma que éste pueda comportarse como lo hace el animal. Aunque las trescientas dos conexiones palidecen en comparación con las más de cien mil millones del cerebro humano, es un avance significativo la creación del primer organismo cibernético, por así decirlo.
Por otra parte, un avance intermedio a la trascendencia, que es una interfaz mente-máquina está cerca de lograrse. A lo que me refiero es a una máquina que interprete las señales del cerebro y las transforme en impulsos eléctricos que permiten manipular una máquina. El hecho de que tengamos entre nosotros a los primeros ciborgs como mencioné en la entrada anterior, basta para que os hagáis una idea de a qué me refiero. El momento en que se pueda reunir en un único sistema que permita interpretar las señales eléctricas cerebrales para mover un cuerpo enteramente prostético estaríamos virtualmente hablando de la llegada de la trascendencia. De acuerdo con esta entrevista de Eduardo Punset al tecnólogo Raymond Kurzweil, le quedan menos de cuarenta años para que este fenómeno sea una realidad.